Vagarás por las calles vacias y sucias de una urbe que no te quiere, marginado, paria hasta de la mugre, serás inmortal pues la muerte te evitará a toda costa, aunque la busques, aunque te sientes al lado de los moribundos o duermas en los cementerios, se te cerraran los caminos para escapar, se retrasarás los vuelos, los barcos, y se cortaran las rutas, condenado a circular por la misma ciudad, discriminado por todos, te señalarán ellos, y sus hijos, y sus hijos, y sus hijos y sus hijos para cuando ellos ya hayan estado muerto y todos olviden porqué te señalan, e igual lo seguirán haciendo, hasta que un día estés tan cansado, tan resignado a tu eterno padecer, que te acuestes en una plaza, en una calle y te duermas hora tras hora, refugiándote en tus sueños, donde eres libre y no hay fronteras, y escaparás de todo por el mundo de sueños que inventaste, y poco a poco, dormirás más y más, hasta dormir todo el tiempo, la gente, que ya se habrá olvidado de todo, te verá acostado, y curiosa te levantará un pedestal, creyéndote una estatua de alguien ilustre, más tarde, te inventarán títulos, nombres, batallas y glorias, epopeyas y odiseas en lugares que nunca viste y tiempos en los que ni habías nacido, hasta volverte parte del paisaje habitual incuestionable, y, mucho más tarde, cuando la ciudad se vuelva un lodazal, una capa de tierra más enterrada en el tiempo, serás una reliquia de la historia, y entonces serás libre de vuelta, pero tan refugiado estarás en tu otro mundo, donde controlas miles de millones de vidas distintas, que ni te habrás dado cuenta, y te llamarán Dios.