Este cuento fue una improvisación, a tipo payada entre alex y yo, jajaja, a ver si alguien reconoce de quién es que, jajaja, aunque para mí es casi uniforme.
Entre el cúmulo de desgracias que atormentan la vida de cualquiera de nosotros, viene a interés mío, contarles este particular suceso, seguramente intrascendente para la mayoría, pero que cambió mi vida para siempre. Un hombre muy peculiar, cuyo nombre no recuerdo bien, estaba frente a mí aquel día en la sala de espera del odontólogo. Era grande, debía tener unos 60 años, de cabello ya envejecido y de rasgos muy marcados. Yo observaba las líneas de su cara y me entretenía buscandoles formas graciosas, recuerdo y ahora me rio mientras lo digo, que en su cachete tenía formada una teta con las arrugas de la piel. Fue eso quizá, lo que me distrajo de su característica más particular, que no habría de notar hasta después del accidente. La situación transcurrió lentamente, tras quince minutos de espera, la secretaria dijo mi nombre. Todo bien, el verdadero problema comenzó al salir de allí. Fue salir y tropezar mi mirada con su robusta figura, sus grasosos muslos se meneaban aburridos. Me extrañó, el hombre debía de estar esperando de antes de mí, entonces me miró, y sonriendo, dijo: -Lo estaba esperando ¿vamos?
un sudor helado corrió desde mi nuca hasta mi cintura, recorriendo mi espalda como un ejército de caballeros que arrasan con todo a su paso, no entendía nada de lo que estaba pasando y tenía muchísimo miedo, pero sin embargo saqué fuerzas de donde no tenía para marcar una imagen de compostura y esperar que las palabras mas correctas surgieran de mi en aquel momento
Sin embargo, tan fuerte era la confianza y la seguridad en las pocas palabras que había pronunciado, que apenas comenzó a caminar lo seguí. Salimos a la calle y abandonamos Corrientes, pronto me llevó a un callejón extraño que no conocía. Ahí se me acercó, y como por un súbito instinto se me ocurrió que ese hombre era el diablo. Si lo fue o no, nunca lo sabré, todo quedó en demasiado poco como para sacar conclusiones. El hombre simplemente me puso contra una pared, me tomó por los hombros y clavó su mirada en la mía. No entiendo ni voy a entender qué es lo que paso conmigo en ese momento. Siempre imaginaba cómo reaccionaría frente a una situación extraña con gente extraña y nunca llegué a imaginarme que mis reacciones quedarían nulas como en ese momento, porque realmente si hay palabra que refleje lo que quedó de mis reacciones es esa, Nulas.
Recién entonces descubrí sus ojos. Dos lumbres incandecentes, flameantes, ardientes, que me quemaban el rostro, mientras horadaban acaso en mi espíritu, buscando lo más profundo de mi cuerpo. Quizá no encontró nada que le interesase, quizá (si era el diablo) encontró un alma inocente, como fuera, se aflojaron sus músculos, me sonrío y antes de soltarme me dio una pequeña cachetada: sos libre pibe. Y antes de que me diera cuenta, se había ido. Corrí a buscarlo, pero se había pedido en la selva de bufandas y gorros que se apretaban en la calle. Lo busqué muchas veces, en cada hombre grande, en cada viejo, en cada recoveco de la calle corrientes y en cada local de odontología. Ni el ni el callejón volvieron a aparecer.
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