Pero padre ¿cómo volverá a brillar la luna, como volverá a salir el sol y florecer las margaritas si ya no vuelvo a verlo?
Hija mía, no debes preocuparte, porque no habrás de estar mucho tiempo lejos de él.
Cómo puede asegurar eso padre.
Porque tú tienes un poder más grande que ninguno, tú tienes el poder de tu amor, y sobre eso no hay espada ni piedra que pueda alzarse, y te erguirás y gritarás, y tu corazón puro resplandecerá entre la obscuridad que nos envuelve, y dirás: ¡yo, María Alejandra Iburreta, amo, amé y amaré siempre a José Ignacio Vídez de Igurria! Y verás que ante esas palabras, atravesarás las mazmorras de los palacios y los sótanos de los cuarteles, y se quebrarán todos los barrotes y los cerrojos de las puertas y las ventanas, y te abrirán paso todos los guardias y los portones, y crecerán enredaderas y se derrumbarán las torres, y todas las cosas que conforman el todo universo complotaran en el encuentro de ustedes, porque el universo es orden por sobre todas las cosas, y no tolera que un mismo ser esté dividido en dos, y son uno sólo el tuyo y el suyo espíritu y sabrás, sabrás, que lo que los une y los unirá aunque los manden a los dos polos opuestos es ese mismo poder, mucho más inmortal que ninguno de los dioses, mucho más poderoso que los cañones del fuerte y la campaña, y mucho más bello que las rosas o las más esforzadas obras del hombre, y que ese poder, que se encuentra en lo más profundo de tu corazón sencillo y simple, la fuerza más elevada y sacra que es capaz de alcanzar el ser humano, es la que se profesan hacia ti y hacia el mutuamente sin importar las carencias de cada uno de ustedes, es, vuestro incondicional y sacrificadìsimo amor.
Deje ahora descansar la lengua.
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