El fraserío de la Semana

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martes, 10 de febrero de 2009

Fila en el Banco

Entró en el banco, la fila era numerosa como las casas de Lincoln. El hombre no pudo contener un insulto, mientras sus facciones acentuaban su enojo. Estaba apurado. De repente un tipo que se encontraba varios metros adelante, se volvió, y le dijo:
Tranquilícese hombre, piense que cuando yo llegué era el último de la fila. Y esa mujer que está ahí, a punto de ser llamada, también lo era en su momento, cada uno de nosotros fue el último, y será el primero, no es que nos esté comparando con Dios, el alfa y el omega, pero así es la vida, todos recorremos el mismo camino sólo que a distintos tiempos, además, ve a ese señor que acaba de quedar primero, mire su felicidad, está totalmente olvidado en él todo lo que invirtió de lo que le queda de vida en esta cola, su excitación, su animosidad por haber llegado de una vez por todas al lugar al que todos vamos a llegar, casi vale la pena el tiempo perdido. Casi, por supuesto, pero de todas formas, todo se trata de andar con paciencia, las gentes que tiene usted delante son contadas y habrán de pasar, así como pasan las sequías o las desgracias, todo se trata de andar con paciencia, y confortarse en que hay personas que ya han recorrido y que van a recorrer el mismo sendero que usted, o que incluso lo están haciendo ahora mismo y el mundo sigue girando sin detenerse. Claro, que pese a todo, todo es único y nada es igual, y debo admitir que seguramente usted habrá de esperar más un poco más, pues son más las personas que hay en la fila cuando usted llegó que cuando yo la hice, pero por suerte para usted, el espacio en este local es finito, y la cantidad de gente que en él puede llegar a entrar es limitado, y de todas formas, también es finito el tiempo que usted se quedará haciendo ahí parado, al fin y al cabo, en algún momento se desgastarán sus células, se descompondrá su carne, luego se fosilizarán sus huesos, y más tarde se harán petróleo, ¡y quién sabe! Quizá algún día dentro de mucho tiempo otras civilizaciones lo sulfuren a fin de hacer mover vaya a saber que artilugios quizá con el objeto de transportar a una persona de su casa a un banco, o con un poco de suerte, mucho antes, una expedición de tierras lejanas pasará por aquí, y los lugareños le contarán el mito de un líquido negro más inflamable que el aceite, y un filósofo que en ella viajará, convencido de que es un material divino que no dañaría a los hombres, se rociará de él y se encenderá cual antorcha desfigurándose hasta que a su vez sus huesos y su carne se pudran y se vuelvan fósil y oro negro, pero esa es historia de otro cantar, y mucho más probable es que usted no tenga que esperar más de 15 o 30 minutos de cola, de los cuales, con esta perorata, espero haber hecho en parte más amenos.


Eso me hubiese gustado decirle al hombre de varios metros atrás hoy en la cola del banco, pero tengo la impresión de que me hubiese roto la cara de una trompada, así que me quedé calladito hasta que me tocó en turno, hice los trámites, me di la vuelta y me fui (¡salve el espíritu de conservación del ser humano!), cuando salí se largó a diluviar.

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