Fuerte suena el chirrido del tren al acercarse bamboleante como un viejo borracho al andén. Crujientes suenan también las maderas al ser abiertas. Entre los sinnúmero que suben, hay una niña, es su primera experiencia en el Subterráneo de Buenos Aires y todo le maravilla. La gastada máquina presta atención en ella y la saluda, cautivada por esa mirada de asombro que no ve hace tanto tiempo, y qué contrasta con la de los otros quejosos, sudorosos y desagradecidos pasajeros.
-¿Cómo andas niña? ¿Qué cuentas? ¿Es ese peluche tuyo, te lo regaló tu madre acaso? –La muchacha asiente y sonríe, el tren arranca, las luces se apagan por un (tan grato a carteristas) segundo. – Discúlpame niña por eso, ya estoy viejo, espero no haberte asustado, ¿le temes a la obscuridad? – (La niña niega, orgullosa, con la cabeza) – Muy bien, así se hace. Yo al principio le tenía miedo a la obscuridad, es todo tan negro aquí, hasta que instalaron esas bonitas luces ¿no son lindas? parpadeantes, relucientes, tan limpias, ay niña ¡alguna vez yo también fui limpio y reluciente! ¡Deberías haberme visto! Era el orgullo de todos, ¡el primer subterráneo de Hispanoamérica! ¡El primer subterráneo del hemisferio austral! ¿Entendés? ¡De la mitad del mundo! Que bellos eran esos tiempos, recuerdo el bello almacén donde me formaron, recuerdo a los belgas, fui hecho en Bélgica, ¿sabías?; recuerdo también a los ingleses con sus numerosos y bonitos relojes, siempre puntuales, siempre precisos. De todas formas, siempre preferí sobre todo a los italianos, los italianos y sus canciones, tan hermosas ¿sabés? los recuerdo muy bien, ahora ya no hay más italianos, se habrán ido a otro lugar, a París quizá ¿conocés París niña? ¿No? Es una ciudad hermosa, mágica, yo iba a ir a París, ahí hay túneles infinitos que uno nunca termina de recorrer, y caminos que nos sacan a la superficie, donde pasan los autos y los caballos, y los niños como tú nos miran y corren detrás de nosotros, pero llegué aquí, a este túnel sin luz y siempre igual, siempre igual. ¡Ah, la luz! Que increíble, recuerdo la luz, el sol, el cielo. Hace años que no voy arriba, cuéntame, ¿cómo están las cosas niña? ya nadie más me habla, ¿cómo está todo allí afuera? ¿Le van bien las cosas al roque? ¿Y al Peludo? Ese sí que es un gran hombre. Pero que digo, tú eres sólo una niña, además, ya han pasado tantos años… ellos también deben haberse ido a París… Pero… ¿ya te vas niña? ¿Ya te vas? ¿Tú también te vas a París? Pasan los años, y pasa la gente, lo noto, soy viejo pero ni ciego ni tonto, la gente que sube ahora es distinta, ya no es la misma, no viste igual, no habla igual, se fueron los belgas y sus talleres, se fueron los ingleses y sus relojes, se fueron los italianos y sus canciones, se fueron Roque y el Peludo, y ahora te vas tú niña, tu y tu peluche, y crecerás, y te olvidarás de mí y de mis palabras y de tu peluche, y yo seguiré, pero no me preocupa, porque algún día yo también me iré, a París, donde los túneles son infinitos, donde los caminos que nos hacen ver el cielo, los autos, los caballos y los niños que nos miran y nos corren. –Adiós niña, adiós-
-¿Y tu osito? ¡No me digas que te lo olvidaste en el tren! Te dije que si lo traías lo ibas a perder.-
-Está bien mami, no importa.-
-No importa, claro, pero el que va a tener que pagar el próximo peluche soy yo-
-No quiero otro peluche mami, no me hace falta… mami, ¿podemos ir a París?
-¿París? No hablés pavadas, ya suficiente disgusto voy a tener cuando tu papa se entere que perdiste su regalo…-
La niña volvió a tomar el subte tiempo después, pero una nueva formación, moderna, toda de plástico y metal la llevó en viaje. Los trenes de madera se habían ido a otro lado, quizá, a...
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