Un paso en falso y todo puede desbarrancarse, morirse, pudrirse en el conjunto etéreo de lo que no salió bien. Los hombres no están hechos para ser libres. Los animales no están hechos para ser hombres. Ninguno puede comprender entonces la mente del otro. Amarettis y café en Lacarra al 1900.
Amarettis y Café en Lacarra al 1900.
Entrás, el juego de colores es el mismo que podrías haber encontrado en cualquier otro lugar como ese, cerámicas mostaza, mesas de madera, fresno o algún material ni muy obscuro ni muy claro, de las paredes cuelgan cuadros y adornos que con sus vìvidos tonos pretenden homenajear a algún club de pasiones y desengaños (el fútbol , como el amor, presenta tanto de unos como los otros), incluso los ceniceros transparentes y los pedazos de relleno en algunos asientos abiertos, parecen corresponder al elevadísimo esquema de alguna mente maestra. Solamente 2 puertas cuyo bordó se ha desgastado hasta llegar casi al rosa, rompen la gama cromática. Te sentás al lado de la puerta, junto a uno de los ventanales, tu lugar favorito de siempre en ese lugar al que vas por primera vez. Un televisor repite por centésima vez las jugadas de distintos jugadores en distintos tiempos y distintos lugares. El mozo (que es a su vez cordobés, tucumano, santiagueño y gallego), sin dejar de prestar atención al partido se acerca a vos y te interroga en silencio. Un café por favor, y el hombre se aleja hacia el mostrador, donde alguien ya viejo y canoso no quita la mirada del noticiero. Un diario gastado de fecha imprecisa yace tirado por allí, lo buscás y volvés a tu asiento, antes de ingresar en su lectura, te detenés un momento a observar las marcas de azúcar y edulcorantes. Las noticias son las mismas de siempre, un golpe de estado, elecciones en Catamarca, paro docente, paro estudiantil, paro de transportes, paro de médicos, paro de policías, paro de constructores, de agropecuarios, de gobernantes, un cacerolazo, una crisis, un superávit, todo a su vez ilustrado por muchas mismas fotos. Observás por la ventana la lluvia caer, un anciano canoso pasea un perro, un pibe se aprieta a su posible novia bajo aquel balcón, una mujer toma sol en su terraza, y un auto anaranjado interrumpe la tranquila escena con su música a todo volumen. El mozo se acerca y te deja el pedido, apenas una mínima mirada condescendiente, como si te diese permiso, te dirige. Dejás el diario, te olvidás del especial de pesca en el cuál concentran sus miradas los trabajadores del local, y te concentrás en tu pedido. Un Café, negro, amargo, y tres redondos y perfectos amarettis alrededor. Hace mil años, dentro de mil años, en esta tierra y otra, un café y tres amarettis, y nada más.
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