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sábado, 7 de marzo de 2009

"El Pueblo"

Espero que les guste, pese a la improvisación del que surgió el texto, creo que incluye muchos temas muy propicios para esta época en que estamos.
A falta de Título mejor, pues ni tiempo tuve para eso, le llamo "El Pueblo".
Por ahí me inventé alguna palabra, sepan disculparme
Un último agradecimiento a la Mancha de Rolando, y puntualmente, al tema "El Chino" que me ayudó con la idea original y la improvisación, y luego, repitiéndose en mi mente, a la revisación sometida más tarde, que lo dejó como está.

Todo ocurrió una mañana de diciembre de 1954. Don Ambrosio, pulpero del pueblo de San Antonio de las Pampas Carmesíes, díose cuenta, sin ánimo de lucro, que la pequeña localidad tenía exactamente mil setecientos cuarenta y cuatro esquinas. Atraído por la particularidad del hecho, y las atrayentes posibilidades que el mismo prometía, tras una reunión de directorio urgente, la población entera en conjunto decidió realizar la única opción viable para concretar las ambiciosas expectativas que la situación auguraba. La calle Pauhí, que terminaba en ángulo recto con la Avenida del Libertador de las Américas General Juan José de San Martín, se extendió una cuadra, produciendo así: una nueva y última esquina. Por supuesto, la cosa no fue tan simple como parecería. Detrás de la corta enumeración de palabras que sintetizaron el hecho, hay una larga lista de debates, charlas, peleas, encontrones, duelos y discursos, a fin de decidir la calle correcta, cosa no poco importante (¡imagínese ser famoso por una calle llamada Pichurachi o Cunchuchay!);en efecto, considérese para imaginarse la magnitud del problema, que no había en todo el pueblo una sola persona que no quisiera que SU calle fuese la afortunada para ser llevada al estrellato. Tras un largo tiempo de asperezas y sanguinarias luchas, todo se resumió en dos bandos, los Cabreranos, y los Barruzaldianos. Finalmente, en un intento de pacificación y resolución del asunto, se optó por la calle del medio, la inocente e ignorada Pauhí.

Una vez salvados estos incidentes, se llegó a la importante etapa de la propagación y enunciación pública y general del asombroso suceso, ardua pero sencilla tarea; el vaca a vaca pronto expandió la curiosa noticia por la amplia zona rural del estado, de allí, alcanzó a las pequeñas aldeas, las ciudades, las metrópolis, y en nada, el país, el globo entero era consciente de la espectacular maravilla. Miles y millones de hombres pagaron fortunas por conocer el afamado lugar, y sus rostros de incredulidad y asombro, capturados en infinidad de fotos y videos, volvió aún más prestigioso el pueblo. Pronto el único hotel se quedó chico, y no hubo gaucho, mocita, mocoso y viejo que no se dedicase a atender a los numerosos y variados turistas. Apenas, algunos rumiantes y envidiosos vecinos de Coronel Nidelar, se animaron a argumentar que la maravilla no era más que una farsa, pues la construcción de la esquina benévola, había sido buscada y no producto del destino, el mandato divino, la causalidad o la suerte, más nadie les prestó mucho caso. En cambio, en seguida todos se hicieron ricos, presurosos a ganar más y más guita, alquilaron sus ranchos, estancias y almacenes a enormes empresas multinacionales ávidas del fácil y ganancioso trabajo del turismo, y se construyeron ostentosos y lujosos palacios en diversos pueblos aledaños, pueblos, por cierto, con indiferente número de cuadras y bocacalles.

Mas, en la temeridad e inconsciencia de sus celerosos actos, no consideraron que inevitable y lógicamente, todo no podía concluir más que con un estrepitoso fracaso. Atraídos por la ilusión de una prosperidad sin límites, miles de desamparados, indigentes, sub-ocupados, y profesionales del turismo se embarcaron hacia el lugar, cada uno de ellos, con sus casas, sus calles, y sus esquinas. Y toda burbuja cuando se hace muy grande, y se infla e infla e infla, todos intentan atravesarla con sus alfileres al mismo tiempo sin que explote, y explota.
Todo finalizó una mañana de diciembre de 1958, Mr. Stephenson, gerente en relaciones públicas de la ciudad de San Antonio de las Pampas Carmesíes, díose cuenta, sin ánimo de lucro, que el pequeño pueblo tenía imprecisamente más de mil setecientos cuarenta y cinco esquinas. Furioso, los empresarios e inversores ordenaron un censo general. La fatídica y desastrosa encuesta dio como resultado un número común e insignificante. Iracundos, llamaron a los pobres campesinos, que no supieron como explicar la funesta situación, ni vieron solución posible. Como resultado de esto, los contratos fueron cancelados, los pobladores originales demandados, y los lujosos palacios hipotecados y luego embargados. Enojadísimos por el chasco, los nuevos residentes del lugar decidieron marcharse, sin antes olvidarse de prender fuego todos los monumentos y carteles que rodeaban la afamada última esquina. La calle Pauhí volvió a su silencioso e ignorado anonimato, y de igual manera el pueblo, quedando sólo en él sus primeros habitantes, con sólo algunos años de más, y el amargo saber de haber probado la riqueza y el desengaño de descubrir lo efímero del dinero que no se gana con sudor y esfuerzo. Refunfuñantes y malheridos, sintiéndose traicionados por la sociedad y el pueblucho, decidieron cambiarse los nombres y escapar a otras localidades más discretas. Así que demolieron la municipalidad, el banco, la iglesia, taparon con tierra la plaza, ensuciaron con grasa quemada de cerdo el aljibe que daba la juventud eterna, derrumbaron los portales que comunicaban con el calcinante infierno, tiraron abajo la higuera de cuyos frutos crecían ñandúes ponedores de huevos de oro, y finalmente, se fueron de ese pueblo ordinario y vulgar, con su ordinario e indiferente número de esquinas.

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