domingo, 22 de marzo de 2009
Se resbala con su propios desperdicios, se levanta maldiciendo y camina hacia el nutrido grupo. Su romo sable es puro óxido y herrúmbre, su traje manchado con sus mismas suciedades estomacales, presenta remiendos y roturas por todos lados, las medallas más bien parecen de ébano, y si alguna vez tuvo un cuello bordado en oro de él no queda ni el recuerdo. Borracho como una cuba, apenas puede mantenerse en pie, su pelo y barbas desprolijas están llenas de piojos y mugre, su pajoso aspecto demuestra una enorme cantidad de tiempo sin haber visto más agua que la ocacional del fango o alguna lluvia. En resumen, presenta un todo y latente aspecto no ya de desaliño o despreocupación, sino más bien de total y absoluto abandono y dejadez. Por supuesto, su prescencia era de lo más inadecuada e incómoda en cualquiera de los sitios de cualquier clase social. Era muy alto para los más bajos, y muy bajo para los más altos. De los medios ni hablemos, que el chiste de estos consiste en intentar imitar a los altos. Pero pese a eso, es tan noble de apellido que no se lo puede echar de ningún lado, y ahí está, viejo, decrépito, como un árbol al que hace rato le ha llegado su último invierno, su última hora, incomodando, incorrecto, indecente, inmoral. Asquerosamente mal. Pero ahí está. Una polilla entre mariposas, un escarabajo entre cucarachas, un cuervo entre papagayos.
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